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Entérate24.com- “Para superar la crisis con la pareja que genera violencia, no basta medir qué tanto se quiere a esta, sino valorar cuánto se respeta uno mismo”. Jaime E. Peñaloza Durán
La violencia de pareja y de género sigue siendo en la actualidad un tema de innumerables y controversiales opiniones con delicados resultados derivados por las acciones no solo de quien las sufre sino también para el que las ocasiona. Entendidos en la materia opinan que un gran porcentaje de los motivos que generan dichas acciones están altamente relacionados con el factor educación, toda vez que la falta de este elemento en los seres humanos, sin duda permite con más facilidad la perpetración de hechos violentos y desmedidos contra la pareja.
Muchos entes de la sociedad se conflictúan en la búsqueda de las razones más comunes de la generación de estos hechos tan repugnados por ella misma. Varias opiniones continúan endosando las razones de dicha violencia al tan trillado tema del machismo imperante en numerosos países del mundo como India, Siria, Afganistán, Somalia, República Democrática del Congo, Arabia Saudí, Yemen, Pakistán y Uganda entre los diez primeros. Igualmente en Latinoamérica lideran esta nefasta lista Honduras, Argentina, México, Venezuela, Guatemala y los Estados Unidos.
Estudios realizados demuestran que cada día se presenta con repetida frecuencia en los hogares esta adversa situación de consecuencias sumamente graves, que solo contribuyen a la propagación de malos ejemplos para los hijos y el resto del entorno familiar. La variación de estilos de agresión ha ido evolucionando desde las antiguas golpizas y encierros a las mujeres, hasta las más inverosímiles maneras de humillarla verbal y psicológicamente. Para agredir a la pareja han proliferado los gritos desenfrenados en cualquier sitio donde se encuentren, llegando hasta las más grotescas maneras de vejarse uno al otro, dentro o fuera de la residencia donde se hace vida conyugal. Igualmente se repiten muestras de tales violencias con la equivocada obligación que “supuestamente” tiene la mujer de responder sexualmente a su pareja cuando a bien tenga esta la necesidad de desahogar sus deseos y apetencias propias del género.
Los casos de abuso sexual en cualquiera de sus manifestaciones deben observarse con mucha atención, puesto que la celebración de dicho acto debe contar con la aprobación de ambos para que el mismo sea llevado a cabo de manera consensual, y jamás pensar que la unilateralidad masculina está por encima y en contra de la voluntad o la indisposición física en la cual pueda encontrarse la mujer. Cuando ella se encuentra en sus peores momentos que la inhiban al hecho placentero y tenga que responder a los abusivos placeres del hombre sin importar ninguna condición moral, lógicamente que no debe ser agredida por su justa negativa de rechazo a su pareja en complacer el ímpetu de sus glándulas gonadotrofinas testiculares que conllevan a la producción de testosterona con la cual como varón al fin y al cabo tiende a imponerse al estilo del mejor espécimen animal, que al verse rechazado por su pareja reacciona de la manera más fácil de imponer su autoridad machista apelando a la violencia, para no quedar mal parado en su apetencia de “libidinem”(o deseo sexual) .
Con equivocada facilidad en la mayoría de los casos se culpa alegremente de esa violencia a la persona que resulta ser la víctima de la misma, por el hecho de no denunciar las agresiones sufridas o en todo caso hacerlo a destiempo, surge igualmente el agravante de que en más de una ocasión la víctima es tildada ligeramente de ser cómplice de tal situación. Lo cierto es que el grado de culpabilidad de la violencia en cuestión, va mucho más allá de la imputación unipersonal, porque para la comisión del delito se requiere de un elemento activo y otro pasivo, o lo que es lo mismo un agresor y un agredido. Determinar quién tiene el mayor peso en la responsabilidad por la comisión de los hechos, va a variar de acuerdo con cada caso vivido, para ello tendría que comprobarse los niveles de sadismo en quien proporciona el daño y el grado de masoquismo presentado por el abusado. Para lograr poner un freno al peligroso avance de esta obscena práctica de agredir a la pareja, no basta que la víctima denuncie al agresor cuando haya comenzado a sufrirla, sino también es muy importante la participación de la sociedad en pleno. Es fundamental que desde los diferentes círculos sociales se activen todos los elementos tendentes a prevenirla y hacer fácil la detección de la misma. Es bien sabido que la violación en cualquiera de sus formas se convierte prácticamente en tabú para quien la sufre, por aquello del miedo al qué dirán.
Una manera de combatir este flagelo es a través de la implementación de programas educativos con el objetivo no solamente a liberar a la víctima de esa violencia sino para impedir que la persona agresora convierta esa violencia en una mala costumbre de cotidiana repetición, y la seguridad de que no tendrá castigo alguno. De igual forma las personas agredidas deben iniciar procesos de planificación de liberación de esa insostenible situación, como por ejemplo, la confesión de tales hechos a la persona de mayor confianza dentro de la familia. Por otra parte debe tener a mano la posibilidad de escapar en cualquier momento hasta la residencia de un familiar o persona amiga de confianza que le preste la ayuda necesaria y le permita pernoctar hasta que se visualice la salida lógica y viable a su situación de pareja. Por último, “nunca” debe dejar pasar por alto y bajo ninguna circunstancia las acciones orientadas a realizar la respectiva denuncia ante las autoridades competentes. Es cierto que los procesos probatorios y de corrección de todas esas denuncias desafortunadamente son lentos, odiosos e inseguros de salir victoriosos de los mismos, pero siguen siendo una posibilidad cierta de protección que nunca debe dejarse al azar.
Los hechos notorios de la violencia de pareja por lo general son identificados como la agresión física del hombre a la mujer, en la mayoría de los casos por razones más sentimentales que por alguna otra causa que pudiera alegarse en la ejecución de la misma. Sin embargo con el paso del tiempo los psicólogos y entendidos en la materia han llegado a comprobar que los hechos violentos pueden devenir de cualquiera de la pareja sea esta indistintamente del mismo género o no. Igualmente los motivos que originan la intriga en la pareja y que peligrosamente avanzan hacia los hechos violentos han venido incrementándose en cuanto a las razones que los provocan. Así nos encontramos que en el pasado la reincidencia de los autores en dicha violencia obedecía más a motivos de celos de pareja que cualquier otro motivo innoble. Con el tiempo las supuestas razones para la agresión se han exponenciado y se han convertido en un sinnúmero de causas que conllevan a la perpetración de las mismas. Dentro de esas fútiles razones encontramos agresiones por motivos económicos, por libertades de acción limitadas, por celos profesionales, y por alcoholismo y drogadicción entre los más comunes.
En la identificación de la gran variedad de formas de agredir a la persona que hace vida sentimental con otra, figuran las lesiones denominadas por diferentes legislaciones como lesiones leves, graves y gravísimas las cuales dependiendo del grado de cada una de ellas y la calificación que legalmente se les impute, llegan a incapacitar a la persona que las sufre durante cierto tiempo para la realización de sus actividades normales. Por supuesto sin contar con el hecho de la muerte que siempre va a estar latente en la consumación de las agresiones.
Dentro del amplio abanico que identifican las distintas formas de agredir a la pareja, nos encontramos entre otras las siguientes: violencia física, psicológica, sexual, económica, patrimonial, social y violencia vicaria. Cada una de ellas sin duda viene a llenar el ego de quien las materializa, y el sometimiento y domaje de quien la padece por lo que tristemente se convierte en una afligida víctima incapaz siquiera de comentarlo en el entorno familiar. Anteriormente se decía que si la mujer se dejaba pegar por el marido y esa primera vez no tomaba las correspondientes acciones en contra de este, estaba contribuyendo al nacimiento de la mala costumbre de permitir que este le pusiera la mano encima cada vez que le diese la gana. Esta peligrosa usanza en ocasiones saturadas de marcados rasgos de bipolaridad siempre venía acompañada de confesiones nerviosas de arrepentimiento y la falsa promesa de que “no volverá a suceder”, alegando siempre la tan cacareada expresión de “tú sabes que yo te quiero mucho”.
Las razones que fundamentaban el poder del temor transmitido al agredido siempre giraban en primer lugar en torno a las amenazas de muerte a la pareja, a los hijos o hasta la del propio agresor. En segundo lugar surgían las amenazas de la suspensión de aportes económicos para el sustento cotidiano de la vida familiar y con ello el desamparo a la pareja. Más adelante las víctimas sufrían por creer que como persona ya se era un fracaso en la relación conyugal. Todo ello ocurría tras la oscura costumbre de que la mujer no gozaba de los mismos derechos que los hombres, y su área de acción estaba limitada al cumplimiento de las obligaciones domésticas en la casa.
Hoy día los escenarios han cambiado considerablemente y de manera indistinta los autores de las agresiones, se dan abiertamente en casos de mujeres y hombres agredidos por su pareja, encausados los motivos de dicha agresiones en cualquiera de las formas de violencias identificadas por los expertos en la materia.
El enclave del abuso en el cual se mantuvo sembrada esta absurda manera de llevar la vida en pareja mutó considerablemente en los últimos años con un impresionante auge de casos en los diferentes entornos de la vida conyugal. Pueden verse en la actualidad personas de distintos géneros tras las consultas de psicólogos y psiquiatras tratando de buscar salida a las malvadas situaciones puestas en práctica por su pareja, cuyo común denominador siempre resulta ser en términos generales el abuso en cualquiera de sus más aberrantes demostraciones.
Las estadísticas llevadas a cabo con relación a las denuncias de casos de agresiones a la pareja realmente ocurridos, distan mucho de la realidad, pues en un elevado porcentaje las agresiones no son denunciadas por diferentes motivos entre ellos el temor al agresor quien reiteradamente amenaza a su víctima con matarla si es denunciado. Sin embargo, algunos estudios refieren que una de cada tres mujeres sufre de violencia física o sexual, de las cuales casi ninguna de estas está dispuesta a terminar con esa situación de infernal.
Cuando la situación de pareja llega a un estado de insostenibilidad por agresiones, lo más inteligente que puede hacer la persona agredida, es terminar definitivamente con la misma, porque de lo contrario va a convertir su vida en un viacrucis muy largo y tormentoso, en cuyo final no contará con el apoyo de amigos y familiares, y muy por el contrario terminará siendo el centro de lástima de todos ellos y con la misma cruz a cuestas.
Separarse definitivamente de la pareja implica en principio dos decisiones difíciles de tomar, la primera sentirse fracasado de mantener una relación estable, sabiendo que con el desbaratamiento de dicha relación se va o se queda parte de la vida con la otra persona, y en el otro aspecto la obligada división de los bienes adquiridos que para muchos significa la terrible idea de que para iniciar una nueva relación habrá que empezar prácticamente desde cero. Para acabar con tanto temor en las parejas habrá que execrar definitivamente cualquier vestigio del viejo refrán mal acuñado en la mente de los agresores el cual rezaba: “Porque te quiero te aporrio”. Autor: Jaime E. Peñaloza Durán.
Refrán: “No hay mal que dure cien años”. Cualquier problema se acaba solucionando con el paso del tiempo.
Curiosidades: El espermatozoide masculino es la célula más pequeña del cuerpo. En contraposición, el óvulo femenino es la más grande. De hecho, el óvulo es la única célula del cuerpo lo suficientemente grande como para poder verse a simple vista.
Objetos útiles: El Gancho de Ropa
La historia del gancho para ropa es más interesante de lo que crees.
¿Quién diría que algo tan humilde y común como un gancho para ropa tiene un origen tan fascinante? Lo usas a diario, los compras por docena y te los regalan en la tintorería, pero ¿sabes de dónde vienen los ganchos para la ropa? En su creación ha estado hasta un presidente de Estados Unidos.
Se dice que Thomas Jefferson, tercer presidente de Estados Unidos, fue uno de los que lo creó, pero la realidad (documentada) es que fue un señor de Connecticut llamado O.A. North, el que lo diseñó en 1869. Desgraciadamente, North no es considerado el ‘padre del gancho’ pues al hombre nunca se le ocurrió patentar su diseño, cosa que Albert J. Parkhouse hizo en 1903.
Según dicen, Parkhouse había llegado a casa después de un día de arduo trabajo cuando descubrió que no tenía donde colgar su saco, por lo que decidió doblar un alambre en forma semicircular hasta formar un gancho que pronto rediseñaría hasta adquirir una forma similar a la de los actuales.
Unas décadas más tarde, en 1932, Schuyler C. Hulett patentó un diseño nuevo que añadía tubos de cartón sobre la parte superior del gancho para prevenir arrugas en la ropa.
Tuvieron que pasar tres años más para que otra persona, Elmer D. Rogers, decidiera agregar un tubo en la parte baja del dispositivo para que la gente pudiera colgar sus pantalones.
Así fue como el diseño de mediados del siglo XIX fue evolucionando hasta adquirir la forma actual.
Hoy en día, hay ganchos de todo tipo de materiales, tamaños y formas, pero el original era un simple alambre doblado. Probablemente no volverás a ver tus ganchos de la misma manera.
Fuente: Guillermo Basavilvazoexcelsior.com
Hechos Históricos: Una muerte que cambió el curso de la historia.
Archiduque Francisco Fernando de Austria
Cuando asistimos a la escuela, siempre nos han mencionado que gracias a que alguien mató a este señor, se desató la Primera Guerra Mundial. Es cierto, pero sólo fue el detonante, ya que la guerra se venía fraguando a partir de ciertas tensiones en Europa y problemas de nacionalismos. La muerte de este personaje se dio el 29 de junio de 1914.
Francisco Fernando de Austria nació en el Imperio Austro-Húngaro y fue el heredero al trono como sucesor de su padre Francisco José I. Tenía fuertes influencias dentro del ejército imperial y era un líder nato. Se debe recordar que el lugar de su muerte no fue casualidad. Mientras se encontraba en Sarajevo, una provincia serbia del imperio, un serbobosnio ultranacionalista de nombre Gavrilo Princip, lo asesinó en nombre de la organización nacionalista Unidad o Muerte, que buscaba deshacerse del yugo austro-húngaro. Detonó la guerra porque el Imperio Austro-Húngaro, tras siglos de anexión de territorios balcánicos, pidió cesar las acciones contra el imperio y las potencias europeas entraron en el conflicto. Fuente: culturacolectiva.com
Saludos, vuelvo en una semana.
Jaime E. Peñaloza Durán