“Un inocente preso tras las rejas, bastaría para quitar la venda de los ojos a la dama ciega de la justicia” Jaime E. Peñaloza Durán
Tal día como hoy en el año 1963 se inaugura el estadio Luis Aparicio “El Grande”
Entérate24.com- La pena de muerte es una expresión fácil de pronunciar pero difícil de justificar. Se mantiene viva solo en la mente de neófitos e incipientes soñadores a verdugos, que en uso de su frustración de acción pasan a justificarla apuntando la acusación con el dedo índice inquisidor, creyendo así tener la verdad absoluta en tal sentencia. En este acto no se repara la debida medición de las consecuencias que la misma lleva implícita. Se olvidan de la importancia adosada a la tolerancia que debe mantener el humano y no permitir jamás dar rienda suelta al “animus necandi” (intención de matar que se pueda llevar internamente). El peligro radica en que si los acusadores tuvieran siempre la razón, el mundo estaría poblado por más ejecutores de sentencias a la pena capital que por autores de delitos a penalizar con la muerte.
Los deseos cegados de instinto vengativo de hacerse justicia por la propia mano del agraviado, pareciera borrar de la mente los valores de la divina enseñanza recibida desde niños: Si Dios nos dio el sagrado derecho a la vida, solo él tiene también el sagrado derecho a quitárnosla. Al respecto debe revisarse la carga de objetividad que pueda llevar consigo una sentencia definitivamente firme de mandar a una persona a la pena de muerte. No debe olvidarse que tanto el jurado evaluador de las pruebas como el juez sentenciador son humanos, y entonces… ¿Existe alguien dotado de tan inmaculada moralidad y castas gríngolas que le impidan voltear la mirada hasta la arista que refleja el lado oscuro de la impunidad, o la traidora tentación de producir una apresurada sentencia equivocada? Por otra parte, la verticalidad con la cual camina un juez por los pasillos tribunalicios ¿podrá librarlo de la culpa por equivocación tan propia de la subjetividad intrínseca en los humanos?, y… en definitiva ¿Cuál es la razón que impide reconocer el hecho de la existencia de la realidad independientemente de la conciencia de quien la percibe, bien sea desde la silla de acusado, desde un puesto en el jurado o desde el soberano estrado del juez?
Cuando una persona que dice llamarse cristiana-católica asiste a la misa, y durante el sacramento de la eucaristía confiesa ante sus hermanos haber pecado en pensamiento, palabra, obra y omisión, da por sentada la prueba de acusar su culpa contra su pecho y de esa manera quedar en paz con su conciencia que le permitirá disfrutar de la merecida tranquilidad espiritual. Ahora bien, si desafortunadamente al salir de la iglesia se le presenta una situación adversa que le tiente al grave pecado de desearle mal o hasta la muerte al prójimo que le haya ocasionado algún daño, lastimosamente cae en una conducta irracional que en su esencia y desde el punto de vista humano echa por tierra el compromiso moral de fe y espiritualidad contraído en la casa de Dios.
El mundo material ha estudiado y escrito mucho acerca del tema de la pena de muerte por demás controversial. Desde tiempos inmemoriales la ruta hacia el patíbulo significa para el sentenciado trastabillar por un sórdido camino que le conduce a la exposición por última vez de su triste cara riñendo con su suerte y seguramente arrepentida por los hechos imputados. Riñe igualmente con el rostro oculto del verdugo que al final es aceptado por el sentenciado como dueño de los últimos segundos de su vida, por representar este el terrible brazo ejecutor de la justicia.
La pena de muerte es un acto considerado por muchos como inhumano. Es denominado también pena capital o ejecución. Se perfecciona legalmente provocando la muerte a un condenado por parte del Estado, como máximo castigo que debe aplicarse por la comisión de un delito tipificado como muy grave. Curiosamente al igual que algunos pecados son llamados delitos capitales dado que la perpetuación de los mismos da origen a muchos otros pecados de acuerdo a la teoría de Santo Tomás de Aquino.
Las dos terceras partes de los países donde ha existido dicha pena, han decidido abolirla. Según los responsables de esta práctica, originalmente se aplicaba a los que cometían delito de asesinato, buscando de esta manera ejemplarizar a la población. Más adelante esta pena llegó a ser dúo con el delito por razones políticas. Es allí donde se presenta la controversia sobre la proporcionalidad de la valoración en la gravedad de la pena, y el fin que se persigue con la aplicación de sentencia a la misma. Sin ahondar sobre los detalles de los medios de comisión de un delito, pareciera incorrecto castigar con la misma pena a los responsables directos de dos delitos totalmente incoherentes en lo atinente al daño causado. De acuerdo con esta práctica se infiere que a los que ostentan el poder les interesa más acabar con los líderes opuestos a sus filosofías políticas, que proteger a la sociedad como tal.
Los que defienden la aplicación de estas sentencias, están plenamente convencidos de que en efecto la pena de muerte significa una reducción de los delitos de asesinatos como pena máxima para su castigo. Sin embargo, mientras no se profundice en los motivos que llevan a las personas a realizar tales hechos, y la sociedad no implemente sistemas correctivos previos a la comisión de esos delitos, el pasillo a la muerte estará siempre a la espera de nuevos transeúntes. Por otra parte, los que de manera firme se oponen a la pena de muerte realizan incansables gestiones destinadas a racionalizar los elementos adversos a la culpabilidad de los supuestos responsables de esos delitos, y los motivos abordados para la decisión final de una sentencia de este tipo, ciertamente seguirá moviéndose sobre la delgada línea de opiniones de personas que aseguran que en la calle hay cantidad de culpables bien defendidos con el pago de su inocencia, mientras que en la cárcel hay muchos inocentes mal defendidos por la culpa de ser pobres.
Existen muchos organismos dedicados no solo a cuantificar el número de ejecuciones o sentencias por ejecutar con la pena de muerte, sino también a la investigación de los motivos que conducen a tal pena, a objeto de evitar distorsión en las razones que se tengan para ejecutarlas. El logro de su propósito va a depender del sistema de gobierno instaurado en los países donde aún existe esta penalidad.
Desde que Harold P. Brown inventó un nuevo sistema de ejecución conocido como la silla eléctrica, esta fue estrenada por William Kemmler en la prisión de Auburn EEUU, el 6 de agosto de 1890, hasta los momentos han desfilado por el pasillo de la muerte miles de los millones de acusados en el mundo. En el caso de los ejecutados en la silla eléctrica, la mayoría de las personas encargadas de observar dicha ejecución, han comentado que el espacio donde se realiza el acto queda impregnado de un olor a carne quemada durante un espacio de tiempo indeterminado, lo cual se traduce en algo realmente desagradable tratándose de un humano.
Del libro del Génesis se recoge que Caín siendo el primer asesino de la humanidad, no se le sentenció a la pena de muerte. Dios le puso una marca y le condenó a caminar errante por el mundo y sin poder dormir haciéndolo intocable, porque aquel que le causara algún daño sería castigado siete veces por Dios.
Importante sería colocar en los platillos de la balanza de la dama ciega de la justicia el peso del daño ocasionado por el culpable de los actos imputados y la utilidad que pueda significar la penalidad. Según la doctrina teórica del utilitarismo de Jeremy Bentham, “todo acto humano, norma o institución, deben ser juzgados según la utilidad que tienen”. Esto es, según el placer o el sufrimiento que producen en las personas. A partir de esa simplificación de un criterio tan antiguo como el mundo, se proponía formalizar el análisis de las cuestiones políticas, sociales y económicas, sobre la base de medir la utilidad de cada acción o decisión. Así se fundamentaría una nueva ética, basada en el goce de la vida y no en el sacrificio ni el sufrimiento. El objetivo último era lograr “la mayor felicidad para el mayor número”.
Resulta interesante reflexionar y abrir un paréntesis en estos actos a objeto de determinar si existen o no rasgos de crueldad en las ejecuciones que son llevadas a cabo como medidas ejemplarizantes para la sociedad delincuencial. Por otra parte, vale la pena preguntar: ¿será realmente efectivo el escarmiento cuando este método es el mismo utilizado por el delincuente? ¿Cómo puede castigarse una falta cometiendo otra igual pero investida de autoridad?, o será que al final de todo cobra fuerza el refranero popular cuando asegura que “no hay peor astilla que la del propio palo”. Autor: Jaime E. Peñaloza Durán.
Frase: “Dar el ejemplo no es la principal manera de influir sobre los demás; es la única manera” (Albert Einstein)
Cosas buenas:
Breve historia sobre “La reina pepiada” (Según Alfonso López, derechupete.com)
Se puede decir que esta es la arepa más famosa del país, actualmente es común en muchos establecimientos con distintas formas y preparaciones. Su creador es Heriberto Álvarez, de 83 años y proveniente de la población de Las Araujas, en el estado Trujillo.
El origen del nombre “reina pepiada” se remonta al año 1955, cuando la modelo venezolana Susana Dujim ganó el certamen Miss Mundo. Heriberto y su familia, regentaban un negocio en Caracas llamado “Los Hermanos Álvarez” (en la Gran avenida).
En honor al logro de Susana vistieron a una de sus sobrinas, de 12 años, como una Reina y la colocaron en una especie de altar. Uno de los transeúntes que se acercaron fue el mismísimo padre de la Miss, que preguntó curioso el porqué de la coronación de la niña.
Al enterarse de la razón se identificó como el padre de Susana y dijo que llevaría a su hija a comer al negocio de los Álvarez. Al presentarle la arepa tostada con el relleno de pollo y aguacate en honor a ella, la bautizaron como “la reina” y como a las mujeres con muchas curvas de esa época se les llamaba “pepiadas”, finalmente quedó el nombre de “reina pepiada”. Una bonita historia para cerrar esta receta.
“Las arepas no sabemos si son colombianas, venezolanas o incluso mexicanas porque en México les dicen “gorditas” porque son como las tortillas pero más gruesas… Así que este es un misterio que sólo nuestros queridos ancestros indígenas conocen. Sé por una muy buena amiga venezolana que ellos no preparan las arepas directamente con el maíz como nosotros en Colombia, sino que en Venezuela la tradición es hacerlas con harina de maíz precocida (tipo P.A.N.). Las arepas colombianas se preparan con maíz trillado, que no es otra cosa que maíz seco tanto blanco como amarillo, que se deja secar en la planta. Este maíz se debe cocer en olla express preferiblemente o a veces se cuece en leña hasta que ablanda lo suficiente para poder molerlo. También se usa el “choclo” o maíz tierno recién cortado de la planta, con el que también preparamos arepas, envueltos y tortas de choclo (horneadas tipo bizcocho o fritas tipo buñuelo), entre otras cosas.”
Inicia la semana comprendida entre el domingo 16 y el sábado 22 de agosto. Han transcurrido 229 días y faltan 137 para que termine 2020.
Saludos, vuelvo en una semana.
Jaime E. Peñaloza Durán